martes, 13 de agosto de 2013

Poemas para no dormir (poema I) - El nigromante

Hoy sentí sus garras descomunales,
acariciando mi nuca como un juego prohibido.
Un corazón que llora, cohibido,
mientras su aliento congela los segundos que he vivido.

Él es padre de la noche,
de gritos y de muertes,
recopilados en libretas con páginas en blanco
y un título embrujado con letras en esperanto.
Oí hablar de él, sí, deberé mirar su rostro,
pero mis ojos gimen petrificados entre hechizos y llantos.
Y así seguí soñando.

Al día siguiente se hizo la luz,
no habíamos nadie excepto yo y mi conciencia.
Lavé mi rostro e intenté recordar aquel nombre del que todos hablan.
No lo recordaba, ni siquiera estuve seguro de haberlo sabido,
pero al momento observé un folio en la mesa.
Sentí como el pecho empezó a arder.
Sentía que debía escribir.

Yo era un chico adormecido por poemas de amor,
pero estos versos fueron diferentes.
Cada movimiento de mi mano al escribir, cada suspiro de ardor,
desembocaba en un cementerio repleto libros y hombres.
Sentí que no debía seguir escribiendo, debía callar;
pero, por arte de magia, pasé de ser sepulturero a aventurero.

Olvidé comentar que en ningún momento dejé de llorar,
pues caminaba con un cuchillo en cada mano,
pero la sangre que derramaba era pura,
no como la de aquellos corazones que respiran encerrados.

La luz desapareció,
pues todo asesinato merece su escondite.
Cerré los ojos, respiré con suavidad
y no volví a oir su voz.

Al abrir los ojos volvió a hacerse la luz,
con ella volví a escribir,
con ello volví a llorar,
pero nunca recordé su nombre.