Mi cuerpo reposa en una silla de metal,
iluminado por sombras que besan a la tempestad;
fiel corazón malhumorado
que a ejércitos de cuernos ha visto rezar.
El pegamento de mi piel es saliva de tu lujuria,
castigo cuadridular de un misterio incorpóreo;
pues sus gritos y sollozos son fruto de tu infamia,
dictadora de dientes extraviados en las piedras.
Pensante me hallo en mi causa,
espiral esfumada que a mil piernas paraliza;
y es por ello que mi cuerpo reposa
en una silla de metal donde ningún otro latido cantará.
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