miércoles, 23 de diciembre de 2015

Latidos de un viajero (poema XXII) - Inmundicia

Húndete en el estómago de la mediocridad;
ahógate con las paredes del esperpento;
quémate con el periplo de tu vanidad;
arrástrate en el desierto de tu excremento.

¡Suplícame, tú fariseo!
¡Devuelve el laurel que robaste!
¡Acepta que este mundo te queda pequeño!








1 comentario:

  1. La introducción al poema revela a priori un manifiesto en contra de una entidad (a saber, tú mismo u otra que no te caiga, precisamente, en gracia) muy tajante en cuanto a suspicacia y recelo. Durante el transcurso del mismo, se demuestra un fuerte anhelo de observar a su "víctima" (por así decirlo) ser fruto de contratiempos naturales respectivos a su persona, con una apetencia feroz y violentamente marcada a medida que atravieso las líneas. En la inmersión final a la que invita el poema, se aprecia la verdadera entraña del ensañamiento al reclamar una esencia que, a juicio lecto, ha sido invadida por tal elemento, al que vuelves, como autor, a hostigar con tu pronunciada e incesante ofensiva. En definitiva, paréceme encontrarme ante una trova belicosa exquisitamente armada, valga la expresión, tanto en plano subjetivo como métrico, que despierta en el/la lector/a un afán armígero muy bien logrado. Mis alabanzas, querido.

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